martes, 6 de noviembre de 2012

Infidelidad. ¿Y ahora qué hago?


Lic. Carina Torrez



Cuando descubrimos que nuestra pareja nos fue/es infiel, sentimos que nuestro mundo se desmorona. Y es cierto: ese mundo perfecto de felicidad que habíamos construido juntos (o nosotros solos, sin participación de nuestra pareja), se derrumba como una pirámide de naipes. Otra cosa que también es cierto y es muy necesario comprender, es que ese mundo no era un mundo real. ¿Y qué quiero decir con esto?:
Para que una relación funcione, más allá de la “realidad objetiva” (como cuando nuestros amigos y familiares nos dicen: “este/a hombre/mujer no te conviene por…” y nos enumeran una cantidad de defectos de la persona que elegimos, y lo “incompatible” que son esas características con nosotros) más allá de todo eso, tiene que haber cierto grado de ilusión. Pero recuerden: CIERTO GRADO. Ni todo tiene que estar tan idealizado como para pensar que nuestra relación es perfecta, ni todo tiene que ser racionalizado como para poner al microscopio cada detalle. Creo que una buena palabra para tener en cuenta de ahora en adelante, es: “equilibrio”.
Cada uno tiene sus propios rasgos de personalidad, que lo llevan a ser más impulsivo o más racional; más pasivo o más activo; más reflexivo o más práctico; más comprensivo o más intolerante. Una vez más, la clave para que estos extremos generen el menor malestar posible es el equilibrio.

Pero claro, si acabamos de descubrir una infidelidad es difícil mantener nuestras emociones y sentimientos “equilibrados”. Sin embargo, es una de las primeras consideraciones que tendríamos que tener en mente. La traición causa mucho dolor, y el dolor puede provocar un sinfín de reacciones: llorar, maldecir, enojarnos, sentirnos tristes, sentirnos decepcionados, aislarnos. Hasta incluso sentirnos “estafados” en la confianza que depositamos en el otro, etc. No es momento para tomar decisiones drásticas, pero podemos intentar buscar algún grado de equilibrio que nos ayude a pensar mejor. Esto no nos va a proporcionar el alivio que buscamos, aunque nos puede permitir relajarnos ante ese dolor que por ahora es inevitable.

Por supuesto que queremos estar bien ¡YA!, pero lamentablemente tengo que decirles que eso por ahora no es posible. O al menos, no es posible en una persona sana. Ante una situación como esta, es natural que sintamos dolor. Hemos sufrido un golpe, y aunque los sentimientos y las emociones no se ven, duelen… y mucho. Por ejemplo: si nos martillamos un dedo: ¿alguien piensa que NO es “normal” dar un grito de dolor, sentir que el dedo late, se inflama, se forma un hematoma y no podemos tocar nada porque nos duele hasta el codo? Sería raro que ante ese martillazo en el dedo no sintamos ningún dolor, ni siquiera una molestia ¿verdad? Es fácil responder a esta pregunta, porque nos referimos a algo que vemos: un dedo lastimado por un martillazo. Pero cuando hablamos de sentimientos, no los vemos a simple vista. Podemos percibir que el otro está triste, afligido, desganado… pero no vemos “su herida”, entonces es más difícil entender el dolor que ésta puede causarle. Muchas veces, ni siquiera nosotros mismos vemos la dimensión de nuestra propia herida.

Una infidelidad marca un punto de inflexión en la pareja. Hay un antes y un después, por más de que nos empeñemos en “perdonar” y en creer cuando nos dicen: “No significó nada para mi. Vos sos el amor de mi vida”. Aunque queramos con todas nuestras ganas creer que esto es posible, la relación ya no vuelve a ser la misma.



En el consultorio he recibido cantidad de pacientes que recurrieron a terapia en busca de ayuda, luego de haber descubierto una infidelidad. Algunos habían tomado la decisión de separarse, otros aún continuaban la relación aunque considerando separarse, y otros continuaban el vínculo  intentando “recomponer la relación”. ¡Escuché tantas veces esta frase! Y me quedo con esta palabra: “recomponer”. Más allá de la definición del diccionario, me llaman la atención los sinónimos que se encuentran: rehacer, reformar, remediar, restaurar, reparar, arreglar.
Todo nos lleva a deducir que estamos hablando de algo que “se rompió”. Podríamos hablar y debatir sobre qué es lo que “se rompió”: ¿La confianza? ¿La relación? ¿El amor? Si somos más románticos, podríamos decir que se nos rompió el corazón. Pero: ¿Y si lo que se rompió fue esa ilusión de pareja perfecta? Como decía anteriormente: para que una relación funcione tiene que haber cierto grado de “ilusión” (en psicoanálisis decimos “idealización”). Pero prefiero usar la palabra ilusión porque es más sencillo de explicar con un ejemplo: ¿Alguien cree en la magia? Cuando vemos la actuación de un mago: ¿realmente creemos que con un soplido hizo aparecer a un conejo adentro de una galera? Cuando se le consulta a los magos acerca de su profesión, ellos prefieren usar la palabra “Ilusionista”: nos hacen creer que pueden hacer desaparecer a un tigre adentro de una jaula, pero son conscientes y saben aclarar que se trata de una ilusión, y si nosotros estamos predispuestos nos entretenemos sin pensarlo de esa manera: queremos creer que realmente con sus “pases mágicos”, todo eso que ocurre arriba del escenario es real.

En una relación amorosa (especialmente al comienzo), es fundamental tener esa capacidad de ilusionarnos con que el vínculo crezca, se consolide y lleguemos a ser eternamente felices. Si no tenemos esa ilusión, es como conocer todos los trucos del mago, y sentarnos a mirar el espectáculo sabiendo adonde tiene escondido el conejo, sin posibilidad de sorprendernos ni de disfrutarlo. También es fundamental que en una relación, luego de esa etapa de enamoramiento en el que idealizamos al otro (un otro supuestamente perfecto, hermoso, bueno, que tiene la fórmula para hacernos felices), decía que luego de esa etapa, la vida misma se encarga de que empecemos a confrontar al otro idealizado con el otro de la realidad. Y ahí empiezan los dilemas. Como escuché por ahí: “El príncipe azul, siempre destiñe.”, y lo mismo corre para las mujeres. Por eso el viejo chiste: “¿Cuál es la diferencia entre una princesa y una bruja? – 10 años de matrimonio”. Y sin hacer apología del machismo ni del feminismo, lo mejor que le puede pasar a una pareja es ir descubriendo estas características del otro. Recién ahí podemos decidir si nos toleramos mutuamente, si podemos “negociar” las diferencias, o si estas diferencias nos hacen incompatibles y así llegar a la conclusión de que lo mejor para los dos es que cada uno siga su camino.



Volviendo a “eso que se rompe”, podemos ir adentrándonos un poco en lo que en psicoanálisis llamamos narcicismo. Quizás ya conozcan el mito de Narciso, que obnubilado por el reflejo de su propia belleza en las aguas de un lago, perdió el equilibrio (“equilibrio” otra vez... todo tiene que ver con todo) decía que perdió el equilibrio y cayó al agua, ahogándose. En psicoanálisis el término narcicismo se utiliza para describir diversas “patologías”. No vamos a adentrarnos en este tema más que para tomar este término, y llevarlo a lo que coloquialmente conocemos como: “autoestima”. Así también es más sencillo de explicar. Creo que el término se define por sí mismo y no es necesario agregar más. En el caso de Narciso, podríamos decir que la acentuada “estima” que tenía de “sí mismo”, lo llevó nada menos que a perder su vida. En el otro extremo, cuando esa “estima de sí mismo”, en vez de estar acentuada está disminuida, aparecen signos de empobrecimiento del yo (sentimiento de que “no valgo lo suficiente”, “nadie me quiere” “no puedo hacer que alguien me ame”, etc.), y especialmente es uno de los puntos que más se ve afectado cuando ocurre una infidelidad. Allí reaparecen todos los defectos que sentimos que tenemos, todas nuestras inseguridades, y se nos vuelven en contra. Por eso muchas veces, aunque intuimos que el otro nos puede estar engañando, negamos esa posibilidad porque confirmarlo se puede hacer intolerable. Una vez comprobado el engaño nuestra “auto-estima” generalmente queda resumida a casi nada. Y digo “casi” nada, porque en la mayoría de los casos (y aunque el dolor no permita verlo) está la posibilidad de recuperarla. Claro que es un proceso que lleva tiempo, y depende de cómo cada uno elabora el duelo por esa relación que se terminó. Repito: terminó la relación que habíamos idealizado, independientemente de que se continúe el vínculo con el otro. A no confundirse porque son dos cosas distintas. Y acá me gustaría agregar algo más. Cuando hablamos de “pareja” (vuelvo al diccionario), estamos hablando de un adjetivo: parejo. Parejo significa: semejante, igual, similar. Si en una relación no hay proyectos en común que nos igualen, que nos asemejen, que sean similares, si no “tiramos los dos para el mismo lado”… lamento decirles que no hay posibilidad de PAREJA. Puede haber posibilidad de mantener un vínculo, hasta una relación “amorosa” con esa persona, pero vuelvo a diferenciar estos dos términos: pareja – relación. ¿Y cómo sabemos si tenemos una pareja o una relación? Justamente teniendo en cuenta esto que nos iguala, que nos “em-pareja” con el otro, y que nos lleva a compartir proyectos.

Muchas personas que han decidido terminar la relación luego de descubrir una infidelidad, sufren el dilema de: tolerar el engaño, teniendo en cuenta “el amor que nos unió”, o terminar definitivamente con la relación. Nada fácil, más cuando los sentimientos están a flor de piel.
Muchas veces las personas que sufren una infidelidad, suelen continuar la relación por temor. Y eso es algo que también escuché muchas veces en el consultorio: temor a no volver a formar pareja, temor a que otra persona no me acepte como soy, temor a no poder volver a conquistar a alguien, temor a “volver a empezar”. Es cierto, muchas veces la incertidumbre paraliza. Y acá volvemos a esto de “buscar un equilibrio que nos ayude a pensar”. Ya tenemos más herramientas para intentar definir si el vínculo que nos unía a esa persona se trataba de: una “pareja” o de una “relación”. Cuando podemos empezar a pensar, podemos empezar de a poco a visualizar distintas alternativas. Podemos empezar a tomar conciencia de que no estamos solos (que justamente es lo primero que se piensa, cuando sentimos que perdemos el amor del otro). Podemos empezar a “rehacernos”, “rearmarnos”, “restaurarnos”. De a poco, podemos empezar a definir qué es lo que realmente necesitamos.





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